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domingo, mayo 22, 2011

Francisco de Goya
Saturno devorando a un hijo

“Saturno devorando a un hijo”, la obra por excelencia del arte figurativo europeo forma parte de la serie “Pinturas negras” que Goya realizó para decorar las paredes en la Quinta del Sordo entre los años 1821-1823.

En 1819 el pintor escapando a las represalias del absolutismo de Fernando VII y lejos ya de la corte, compra una casa en los alrededores de Madrid a orillas del río Manzanares en cuyas riberas había ambientado sus primeras escenas de los cartones para tapices en su juventud y a la que los campesinos lugareños denominaron  “La Quinta del Sordo”.

A sus setenta y cuatro años, comienza a pintar al óleo sobre pared u “óleo al secco”, el primer piso de la casa con escenas alegóricas y a su finalización en 1921 continúa la decoración de la planta baja con composiciones de gran simbolismo realizadas en blancos sucios amalgamados con negros espesos como el alquitrán, ocres fangosos y rojos y amarillos que dan una enorme viveza y expresividad a las escenas que nos hacen recordar a algunos maestros del posterior expresionismo alemán.

La serie, que la componen originalmente 14 pinturas murales, son el reflejo de la obsesión de Goya por “el mal” como entidad propia y no necesariamente asociado con el ser humano y sus actos más crueles. Contempla al mal como una fuerza que afecta a la Naturaleza y al Tiempo de forma inherente y que se irradia también a la historia del hombre; como el Marqués de Sade descubre y desnuda el lado oscuro del culto a la razón al servicio del instinto que de este modo se pervierte.

En 1823 huyendo de la represión política se ve forzado a abandonar su casa refugiándose en casa de un amigo, el canónigo Duaso; en el mes de septiembre de ese mismo año, dona la casa a su nieto Mariano y  tras varios propietarios pasa a ser propiedad del barón Émile d'Erlanger que encargó que las pinturas, en un estado delicado de conservación se traspasaran a lienzos.

El pintor valenciano y conservador del Museo del Prado, Salvador Martínez Cubells con la colaboración de sus hijos Enrique y Francisco realizaron este trabajo en el que las pinturas sufrieron pérdidas importantes. Tras presentar los 14 lienzos en la Exposición Universal de París de 1878 y exponerlos para su venta en el Palacio Trocadero, el barón, ante la imposibilidad de su venta, dona en 1881 la serie completa al Estado español que la adjudicó al Museo Nacional de Pintura y Escultura, ingresando en el Museo Nacional del Prado en enero de 1882, lugar donde han permanecido desde entonces.

En “Saturno devorando a un hijo” Goya plasma al dios caníbal emergiendo de la oscuridad del fondo que recibe la luz en el lado izquierdo debido a una ventana situada a ese margen del mural original. Los romanos identificaban a Saturno, su antigua divinidad agrícola, con el dios griego Cronos, hijo de Urano (El Cielo), y de Gea la (Madre Tierra), que tras expulsar a su padre se hizo dueño del mundo.

Se unió en matrimonio con Rea y tuvieron muchos hijos pero Gea le predijo que uno de ellos le arrebataría el poder por lo que  los devoró a todos salvo a Júpiter, a quien su esposa Rea pudo poner a salvo llevándolo a Creta, donde fue alimentado y criado por la cabra Amaltea; cuando creció se enfrentó a su padre y lo destronó, convirtiéndose en la principal deidad entre los dioses formando la Tríada Capitolina junto a Minerva y Juno. También hay interpretaciones de esta pintura que la explican como una alegoría del Santo Oficio o del poder absolutista de Fernando VII.

La escena, de un intenso impacto emocional, está considerada no sólo la obra más extrema de todas las Pinturas negras sino de toda la obra de Goya. A la fuerte carga emocional de la escena se une un sorprendente e innovador modo que tiene el artista en trazar, mediante escasas pinceladas, las extremidades del dios devorador que son mutiladas por la oscuridad.

Rubén Darío definió a Goya como un “pintor para los poetas” queriendo dar a la obra del artista una trascendencia más allá de la propia disciplina pictórica para convertirla en “pintura pensante”, algo que Goya sobrepasó incluso, convirtiéndose en el precursor de las vanguardias de finales del siglo XIX y principios del XX.

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