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martes, junio 05, 2012

John William Waterhouse. Julieta 
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Érase una vez... Libro de cuentos de amor
Banda sonora de la película "La Princesa Prometida"
Mark Knopfler
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Ford Madox Brown. Romeo y Julieta

 ROMEO Y JULIETA
William Shakespeare

JULIETA.- ¿Y quien te guió aquí?

ROMEO.- El amor que me dijo dónde vivías. De él me aconsejé, él guió mis ojos que yo le había entregado. Sin ser nauchero, te juro que navegaría hasta la playa más remota de los mares por conquistar joya tan preciada. 

JULIETA.- Si el manto de la noche no me cubriera, el rubor de virgen subiría a mis mejillas, recordando las palabras que esta noche me has oído. En vano quisiera corregirlas o desmentirlas... ¡Resistencias vanas! ¿Me amas? Sé que me dirás que sí, y que yo lo creeré. Y sin embargo, podrías faltar a tu juramento, porque dicen que Jove se ríe de los perjuros de los amantes. Si me amas de veras, Romeo, dilo con sinceridad, y si me tienes por fácil y rendida al primer ruego, dímelo también, para que me ponga esquiva y ceñuda, y así tengas que rogarme. Mucho te quiero, Montesco, mucho, y no me tengas por liviana, antes he de ser más firme y constante que aquellas que parecen desdeñosas porque son astutas. Te confesaré que más disimulo hubiera guardado contigo, si no me hubieses oído aquellas palabras que, sin pensarlo yo, te revelaron todo el ardor de mi corazón. Perdóname, y no juzgues ligereza este rendirme tan pronto. La soledad de la noche lo ha hecho. 

ROMEO.- Júrote, amada mía, por los rayos de la luna que platean la copa de estos árboles...

JULIETA.- No jures por la luna, que en su rápido movimiento cambia de aspecto cada mes. No vayas a imitar su inconstancia. 

ROMEO.- ¿Pues por quién juraré?

JULIETA.- No hagas ningún juramento. Si acaso, jura por ti mismo, por tu persona que es el dios que adoro y en quien he de creer. 

ROMEO.- ¡Ojalá que el fuego de mi amor...!

JULIETA.- No jures. Aunque me llene de alegría el verte, no quiero esta noche oír tales promesas que parecen violentas y demasiado rápidas. Son como el rayo que se extingue, apenas aparece. Aléjate ahora: quizá cuando vuelvas haya llegado a abrirse, animado por las brisas del estío, el capullo de esta flor.  Adiós, ¡y ojalá aliente tu pecho en tan dulce calma como el mío!
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ROMEO.- ¿Y no me das más consuelo que ése?

JULIETA.- ¿Y qué otro puedo darte esta noche?

ROMEO.- Tu fe por la mía.

JULIETA.- Antes te la di que tú acertaras a pedírmela. Lo que siento es no poder dártela otra vez.

ROMEO.- ¿Pues qué? ¿Otra vez quisieras quitármela? 

JULIETA.- Sí, para dártela otra vez, aunque esto fuera codicia de un bien que tengo ya. Pero mi afán de dártelo todo es tan profundo y tan sin límite como los abismos de la mar. ¡ Cuanto más te doy, más quisiera darte!... Pero oigo ruido dentro. ¡Adiós! no engañes mi esperanza. . . Ama, allá voy. . . Guárdame fidelidad, Montesco mío. Espera un instante, que vuelvo en seguida. 

ROMEO.- ¡Noche, deliciosa noche! Sólo temo que, por ser de noche, no pase todo esto de un delicioso sueño.

JULIETA.- (Asomada otra vez a la ventana.) Sólo te diré dos palabras. Si el fin de tu amor es honrado, si quieres casarte, avisa mañana al mensajero que te enviaré, de cómo y cuándo quieres celebrar la sagrada ceremonia. Yo te sacrificaré mi vida e iré en pos de ti por el mundo.
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 Frederick Leighton
La reconciliación de los Montesco y los Capuleto sobre los cuerpos muertos de
Romeo y Julieta
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